sábado, 22 de octubre de 2011

Y un día junté mis cosas y me fui, nomás

Uno de esos días en los que pareciera que no pasa nada pero pasa todo, tanto pasa que mi noviazgo ¡zas! se terminó y se sumaron los días: uno, dos, tres, y así y casi sin darme cuenta una tarde cuando estaba a punto de comprarme una remera con la leyenda “Soy Sola”, me dije a mí misma: “misma, no hiciste ningún balance”. ¿Balance?, ¿Qué balance? Porque uno hace balances cuando lo cita la AFIP, ¿no? Y como yo no tengo un centavo no creo haber hecho nunca un balance de nada (y siempre critiqué a los que balancean en Navidad y Año Nuevo, como si comer hasta reventar y llorar borracho después fuera balanceador). No obstante mi pasado crítico con los balances me levanté el lunes temprano, fui a la Oficina de Balances (ODB) y saqué número. Después de esperar y esperar y, ah, sí, seguir esperando, con la gente de la fila quejándose y resoplando y una señora muy molesta diciendo: “Pero qué terrible la burocracia, Marta, esto antes no pasaba, sólo con este gobierno y bla bla bla” (los bla bla bla los agregué yo, ya no la escuchaba a la señora, pobre, pero era insufrible). Cuando el empleado al final gritó mi nombre di un salto y casi trotando como un caballo me acerqué y le dije: “Hola, ¿Qué tal?, yo en realidad no sé…”, “¿Cuánto tiempo?”, me devolvió rápidamente sin dejar de mirar su monitor. “¿Cuánto tiempo qué?”, le respondí. “¿Cuánto tiempo de relación?”, me ladró sin paciencia y siempre mirando hacia adelante. “Eh… tres años”, le murmuré y él siguió a toda velocidad con su cara de abulia y sin mirarme ni un poquito, tipeando sin cesar con la vista que iba y venía por el monitor como buscando algo muy importante que se le hubiera perdido, como las llaves o la billetera o la dignidad. “Deudas, muchas deudas, un tostador de 1992, un secador de pelo violeta y “Fahrenheit 451”, el libro, eh, no la película”, me enumeró como las poquitas y chiquitas cosas que me quedaban de la relación. Traté de asomarme para ver en la pantalla el abismo que me estaba describiendo y le solté un: “No, fíjese bien, tiene que haber algo más”, “Sí”, dijo, “la “Colección Inmaculada” de Madonna y un rechazo crónico a la convivencia”. “¿El gato no?”, le pregunté casi al borde de las lágrimas, “mire, a él ni siquiera le gustaba la idea de tener mascota y se terminó encariñando más que yo, se llama Ronin, como el personaje de Robert De Niro en la película…” no terminé de decir la frase cuando me detuvo con su mirada fulminante, me miraba sin pestañar, sin piedad alguna, como quien mira un insecto. “Esta es la Oficina De Balances, no de reclamos, el gato se queda” sentenció el muy burócrata (y “burócrata” lo uso como un insulto, creo que el peor que se me ocurre) y antes que pudiera contestarle, me gritó ensordecedoramente en la cara: “¡Siguiente!”. Me arrastré lentamente hasta la vereda, con la entereza que me quedaba que no era mucha, me enredé en el cuello mi bufanda azul, la que mi ex me regaló y encaré para el local de remeras.

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