sábado, 22 de octubre de 2011

Insomne

D. sale a caminar cada noche puntualmente (y es la única puntualidad que respeta, las demás las rechaza todas) cuando su horrible esposa se va a dormir, o a roncar como un animal en celo, lo que para su caso son la misma cosa. D. Camina en verano, en invierno, bajo un diluvio, en medio de la niebla, le gusta caminar de noche, él es uno de esos animales nocturnos. No es lo único que le gusta hacer de noche a D., también le agrada reavivar su intercambio epistolar hasta altas horas de la madrugada con algún miembro de la universidad en la que trabaja (A D. le asombra cuán estimulante puede resultar debatir sobre el uso apropiado del término “agarrar”). D. es una clase de profesor que no se cree parte de la secta de profetas que están en la tierra para salvar a los alumnos de su ignorancia, más bien cree que hay que salvar a esos profesores que se creen profetas de su soberbia y su neurosis. D. es más bien el tipo de profesor que puede debatir apasionadamente del marxismo de día y arreglar el calefón de noche. Pero definitivamente lo que más disfruta hacer D. de noche es caminar, y uno de las razones es que es la forma más placentera y efectiva de alejarse de su espantosa mujer. Camina bajo la luna, D., aunque desconfíe de ella; es un agnóstico lunar, y la cuestión es que D. no cree que realmente haya una luna allá fuera en el cielo (con las consecuencias que esto trae aparejado: D. tampoco cree en los eclipses, los cráteres, Neil Asmstrong o la NASA), pero como no se necesita creer en algo para caminar debajo, él camina debajo de la luna sin importarle. D. es desconfiado en general y con las mujeres en particular, quizás esa desconfianza tiene que ver con que siente, inconscientemente, que la luna es una mujer. D. piensa que las mujeres son manipuladoras e irritantes de día, roncadoras e irritantes de noche, quizás por eso D. sea un caminante nocturno, porque de noche no se ven muchas mujeres, sólo unas muy pocas que se portan muy mal. Y D. se aleja con paso firme de las mujeres a las que les gusta portarse así, piensa que bastante tiene con su esposa que se porta insoportablemente bien y es insoportable de todas maneras. Otro de los motivos que D. tiene para caminar de noche (y D. cree que siempre hay un motivo para todo, tal es su desconfianza) es que D. es insomne. D. evita decirle a la gente la palabra “insomne” sin prepararla antes, por eso recita siempre un preámbulo antes de soltar semejante palabra, su preámbulo dice algo así como: “no puedo dormir de noche, me cuesta…” y entonces dice su palabra. D. necesita tomar medidas antes de soltarle su palabra a la gente porque después de muchos años de frustraciones sin sentido, entendió que las personas casi siempre necesitan una introducción o una traducción. D. sabe entonces muy bien que cuando dice a quemarropa la palabra “insomne” las personas o bien a) se asustan como si hubiera dicho “psicótico”, “sifílico” o “corrupto”, b) no entienden y se quedan con la boca abierta intentando un “ah”, “sí, sí”, “oh” y toda clase de onomatopeyas estúpidas, o c) dicen “¿qué?”, es decir, solicitan explícitamente subtítulos. Y D. es bueno pero impaciente, no tiene tiempo ni entereza para esperar por cuál de las tres opciones las personas se deciden, entonces tiene siempre listo su preámbulo “no puedo dormir de noche, etcétera”. D. además sale a caminar nocturnamente por otra poderosa razón: es curioso. Es uno de esos hombres que no temen ensuciarse, cortarse o quemarse si ese es el precio a pagar por indagar en las cosas y los motivos de las personas. D. no es como su estúpida esposa que odia a la gente que se ensucia porque para ella son, bueno, gente sucia. D. es curioso con una curiosidad que necesita abarcarlo todo, sonsacarlo todo, verlo todo; la misma curiosidad de los niños que preguntan compulsivamente los por qué del mundo. Y D. ama caminar de noche porque la noche contiene muchas curiosidades y representa un lugar (y no un “momento” o un “tiempo”) donde cierta gente extraña se muestra de forma abierta, sin necesidad de encajar o fingir. Esto debe tener que ver con que la gente que se dedica a encajar y a fingir tiempo completo por lo general se dedica a dormir de noche, como su esposa. La noche para D. es tan fascinante como el motor desarmado de un auto o el cuerpo de una mujer desnuda. A D. le gustan las mujeres desnudas, son las únicas mujeres que D. considera no merecen su desconfianza porque para él una mujer desnuda es una mujer sin dobleces. No como su esposa, que se acuesta cada noche más vestida que cuando va al supermercado o al banco y que le pide que mire para otro lado cuando se cambia delante. Su esposa se pone nerviosa cuando D. la mira, le dice que tiene una forma obscena de mirarla y eso le desagrada sobremanera (quizás porque su esposa cree que la obscenidad es algún tipo de suciedad). D. ya no recuerda con exactitud cómo fue que en algún momento casarse con semejante espécimen parecía una buena idea, pero ya no le importa porque como se dice a sí mismo en voz alta mientras se afeita la barba que su esposa detesta: “el daño ya está hecho”. No obstante lo ya mencionado, lo más notable es que aunque los tiene, D. no necesita motivos para caminar de noche o como le gusta decir, camina de noche porque puede. Está claro que para D., caminar no tiene nada que ver con explicar motivos ni justificar, con hombres en la luna, ni con la luna misma (real o inventada), ni con dobleces, onomatopeyas, o traducciones. Sólo se trata de desplazarse hacia delante.  

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