El narrador y ensayista uruguayo Ercole Lissardi nos tiene bastante acostumbrados a la polémica y sensualidad de sus novelas o cuentos. Lissardi se adentró en los laberintos de la literatura erótica y abrió su obra literaria con sus relatos “Calientes” (1995), siguió con su “trilogía de la infidelidad” y luego con el “díptico fálico” y supo hacerse célebre por lo preciso y honesto de su prosa. También por la transgresión a la hora de entrecruzar géneros. El libro “Horas-puente” es el segundo de su “trilogía de la infidelidad”, fue escrito en 2007 y es el más romántico de la trilogía. A diferencia de su predecesor, “Los secretos de Romina Lucas” (2007), que zigzaguea entre lo erótico y lo policial y del que le siguió, “Ulisa” (2008), donde Lissardi se permitió jugar con el realismo mágico y lo onírico, en “Horas-puente” existe una marcada inclinación hacia la literatura romántica. La novela narra la historia de dos profesores de secundario, Irina y Andrés, cuyas vidas se desarrollan en forma paralela pero que terminan cruzándose y enredándose gracias al sexo. Lissardi sabe muy bien cómo construir una narración especular que define a los personajes opuestos y que en el devenir del relato encuentran su reflejo en el deseo del otro. El deseo es el tema que le interesa abordar a Lissardi y lo hace de manera honesta y decidida porque tiene bien claro que la notoria hipocresía desautoriza. El deseo, eso que está en los límites de lo cultural y lo animal, es lo que define y muestra los pliegues confusos de los personajes y sus biografías. La ansiedad, la infidelidad, la soledad, son algunos de los temas secundarios de su libro que, sin soltarle nunca la mano al humor socarrón que atraviesa toda la obra de Lissardi, pone en el centro de la escena un entramado de infidelidades y secretos bien (o mal) escondidos. La novela también juega con la muerte y la traición y termina acorralando al lector que es impulsado a preguntarse “¿Y si…?”. Al autor le gusta caminar en la cornisa, su literatura es muy romántica para ser totalmente erótica, muy erótica para ser romántica, es un constante ir y venir entre los límites de los géneros. El lenguaje es duro, explícito, ahí radica la originalidad de este autor que fue acusado más de una vez de fingir romanticismo donde solo habría pornografía. Es que Lissardi pareciera convencido de que no sólo es posible el erotismo a través de un romanticismo que lo justifique y más aún, pareciera creer que sólo es posible crear paraísos sexuales creíbles a través de la crudeza de lo discursivo. Y sus personajes, esas criaturas que son una y otra vez atravesadas por lo libidinal, no obstante, no son ni buenos ni malos, ni santos ni pecadores. En el universo de Lissardi no existe lugar para la prostituta ni el desgraciado, sólo lo habitan personas que tratan de vérselas con lo visceral de sus impulsos y que como los lectores de su obra tratan de caminar derecho en medio de un vendaval que todo lo vuela. Personajes que sobre todas las cosas (y eso es lo que importa) intentarán con todas sus fuerzas rascarse justo ahí donde les pica.
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