sábado, 22 de octubre de 2011

Amalia

Amalia es horrible. Puedo explicarlo:
Amalia odia la política, para ella la política es sucia y ella odia cualquier tipo de suciedad, no importa si está sobre los muebles o sobre las personas en la política. Por eso a ella tampoco le gustan las manos llenas de tiza de su encantador esposo, no soporta que intente tocarla con esas manos manchadas cuando vuelve de dar clases. A Amalia no le importa que las manos de su encantador esposo profesor sean lindas y encantadoras y quieran acariciarla, sólo le importan las manchas indeseables de tiza. Amalia disfruta alardear con sus amigas sobre su esposo “profesor”, pero no le gusta lidiar con las consecuencias antihigiénicas de tan prestigiosa profesión, como la suciedad de tiza en las manos. Amalia odia las barbas, porque cree que son de hippies, y lo contrario a un hippie para Amalia es alguien a quien le gusta la limpieza, como ella. Entonces cuando su encantador esposo no se afeita un día o dos, Amalia se niega a besarlo e inventa toda clase de excusas insólitas; como que le pica, le duele o le da alergia. Pero tanto su esposo barbudamente encantador como ella saben que eso no es cierto, que Amalia odia secretamente la barba de su esposo porque el hippismo no es bienvenido en su hogar libre de cualquier espontaneidad insalubre. Amalia es una rubia ficticia de pechos grandes que cree que es lo único que realmente necesita ser, pobre Amalia. Porque para ella una ecuación que contenga los elementos “rubia” (ficticia o no) y “pechos grandes” es infalible, qué hombre no querría estar en esa ecuación (ese razonamiento debe tener que ver con que Amalia es rubia). Amalia intenta matar de aburrimiento a su esposo todos los días; cuando abre la boca para opinar sobre alguna trivialidad, como qué caluroso o frío o húmedo o caro es el mundo, cuando tienen sexo, ese sexo distraído, monocorde, casi accidental; cuando le cuenta cómo le fue en el día en general y en el trabajo en particular. Amalia ronca cuando duerme, ese es el principal motivo del insomnio de su esposo, motivo que él es incapaz de mencionarle porque sabe que ella lo tomaría a mal y le diría que él es “malo”. Y a su esposo no le gusta que ella, la pobre Amalia, le diga “malo”, no porque esté convencido de que solo alguien con un lenguaje limitado diría eso, sino porque él está convencido de no ser “malo” con ella. Amalia dormida ronca con un gruñido profundo, brutal y absurdo a la vez, como el sonido de un jabalí tosiendo. A su esposo que tiene muy buen oído ese sonido grave le resulta insoportable, pero como es encantador y lo opuesto a “malo”, no quiere molestarla mencionando sus ronquidos y además no cree que pueda remediar ese problema hablando con la pobre Amalia que no puede evitar ser tan horrorosa. Amalia cree firmemente que la justicia está ligada al resultado de su pelo después de ir a la peluquería y cuando se siente víctima de la impericia de un estilista (no dice “peluquero” porque suena poco elegante) se enoja mucho e insulta, amenaza, llora, menciona la injusticia del mundo, se desmorona. No obstante, el más bajo de los defectos de Amalia es este: Amalia llora en público. Y el peor de los horrores, la más indigna de las afrentas consiste en que Amalia no se esconde cuando lo hace, no siente pudor alguno. Despliega su chantaje emocional sin tapujos, sin taparse la cara con las manos ni bajar la cabeza un segundo. Amalia disfruta siendo la protagonista manipuladora de tan tremendo unipersonal y cuando llora intensamente, ya sea porque la injusticia le llegó en forma de un corte o color de pelo no deseado, ya sea porque su esposo le parece lo opuesto a “bueno”, a Amalia vuelve a surgirle ese ronquido grosero, tosco, animal, como si fuera posible agravar más su monstruosidad. 

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