domingo, 27 de noviembre de 2011

Sobre las luces de navidad

“La mayoría del tiempo no me divierto mucho. El resto del tiempo no proporciono ninguna diversión a los demás”.
Woody Allen

Las luces del arbolito de navidad están prendidas desde noviembre. Creo que es bastante significativo que cada año las calles se vistan de navidad más temprano, existe un manifiesto interés de adelantar y desplegar la celebración todo lo que sea posible. La estación del año misma invita a la celebración sin tregua. El verano se acerca y la televisión, Internet, las revistas, nos sepultan bajo mensajes que ordenan: “DIVERTíTE. SALTÁ. MÁS ALTO. AHORA. NO ESPERES”. Y las publicidades, sobre todas las de bebidas alcohólicas, parecen decididas en dejarnos bien claro que los próximos meses deben ser lo más idéntico posible a maratones de sensualidad, bebidas de colores y escasa ropa. ¿Por qué esa búsqueda del vértigo constante? Estamos metidos en una montaña rusa emocional de la que no hay que querer bajarse. O mejor dicho, estamos metidos en una montaña rusa sobre la cual nadie se molestó en consultarnos si nos interesaba abordar. Es claro que el ritmo de trabajo imprime una demanda y un desgaste cotidianos tan insoportables que sólo pensándonos a nosotros mismos en la búsqueda sin tregua del goce somos posibles. Trabajamos sin descanso durante la semana, para luego acabar en un raid social nocturno de música alta y estímulos varios. Pregunto, ¿No anula esta ansia permanente cualquier posibilidad de goce real? Y lo que se desprende de esto y es más paradójico aún, ¿No resulta más cansador el estar buscándonos/mostrándonos felices y estimulados todo el tiempo posible? Es curioso que lo que buscamos con más afán pueda acabar agotándonos más que el tren diario de quehaceres y obligaciones en sí. Y que este raid que se supone en un principio está organizado para el relax nos deje muchas veces con un efecto de quiebra espiritual sin rumbo más que el próximo aquelarre de sensaciones. Un amigo me contó que el año pasado tuvo que ir a su propio cumpleaños y lo comentó en las redes sociales como si fuera una carga, de idéntica manera que si hubiera escrito “me voy a trabajar” compartió un “me voy a mi cumpleaños”. Y demás está decir que no sólo está el deber de festejar el cumpleaños, además existe el deber de pasarla bien, el aguafiestas es un leproso al que nadie quiere alojar. La obligación del divertimento está ahí, latente, hay-que-di-ver-tir-se. Más, siempre más. El mandato del placer en nuestra sociedad occidental, ya sea con sexo, alcohol, drogas o música, está tan enquistado que no hay posibilidad de pensar otras formas; no pensamos otras alternativas como las que tiene Oriente, por ejemplo, que se permite hacerle un lugar trascendente a la reflexión y al retiro. Para nosotros la reflexión ad honorem por sí misma no es deseada, por ende mucho menos buscada; la reflexión sólo surge cuando aparece un problema de alguna índole. El análisis emerge cuando una falla nos deja trágicamente con el picaporte de la puerta en la mano y con ganas de salir. Mientras tanto impera el: “VAMOS. MÁS ALTO. MÁS FUERTE. DE NUEVO”. ¿No nos convierte esto en adictos que siempre quieren más? Porque cuando nuestras drogas sensoriales nos dejan sin el efecto y volvemos a ser civiles sin estímulos, sólo nos queda la resaca del día a día. ¿Para quién estamos orquestando esta fiesta ad eternum? ¿Para nosotros? ¿Para los demás? 
La navidad se acerca y ya encendimos las luces. Ahora nos queda averiguar qué tenemos exactamente que festejar. 

1 comentario:

  1. Leyéndote, recuerdo por qué cada vez estoy mas contento de que este sistema aún no encontró la forma ni la cantidad para comprarme. Y sonrío cada vez que me miran raro...Y que alegría, cuando me dicen que no entiendo nada. Y sí, como decía Luca: "lo entendido, es lo que no entiendo"

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