Cuando una se casa es para toda la vida. Siempre lo dije y lo sigo sosteniendo. A nadie le importa si una es feliz o no. Una tiene que hacer lo que tiene que hacer. Cuando me casé con él no lo quería, la verdad. Nos conocimos y hablábamos, no sé, de cosas, uno casi nunca habla realmente con nadie ¿no te parece? Sentía por él cierta simpatía, cierto respeto. Pero la noche de bodas, ah, sí, eran otras épocas, nena, una se casaba de blanco, pero te digo, de blanco, eh, con el vestido y la fiesta y una era una princesa. La fiesta fue hermosa, con las fotos, con el vestido, todo, mi prima, la cara, no sabés, una envidia… Pero la noche de bodas, que te digo, una de blanco, se casaba, eh, esa noche fue un adelanto de lo que iba a ser la convivencia. Era imposible soportarle el sonido de la respiración al lado y no es que él fuera tan terrible, no, no era, no, pero yo no podía sostenerle la mirada. Me molestaba su cara, viste cuando no podés… bueno, pero trataba de que no se notara, por respeto, una se va acostumbrando ¿no? Igual no lo aguantaba demasiado rato, me cansaba y me iba, lo dejaba hablando solo, no es que tampoco tuviéramos tanto para decirnos. Pero su amabilidad me hacía las cosas menos difíciles, él era tan atento y dedicado, sólo tenía ojos para mí. Era un buen esposo. Pero claro, eso fue sólo al principio cuando a él sólo le interesaba malcriarme y a mí mantener la casa en la perfección que me dejaba olvidar. Olvidar el asco. Sí, sí, no me mires así, sí, me quedo quieta. Sabés que cuando él se iba a trabajar y la puerta se cerraba atrás, me calmaba, me podía quedar tranquila, horas sin hacer nada. Pero nada, eh. ¿Segura que podés desaparecer estas canas? Sí, sí, me quedo quieta. Yo creo que tantos desplantes pueden volver loco a cualquier hombre. Intentó darme celos, sí, pero a mi no me importó y peor para él, si después de todo siempre vuelven al hogar. Y a la señora. Porque una señora es una señora, y siempre lo va a ser. Una hace lo que tiene que hacer. Una sigue y hace lo que tiene que hacer, porque una es una señora de verdad. Y ya ves, ninguna tilinga puede opacar a una señora nunca ¿verdad que no? Mirá este anillo ¿no es hermosísimo? Si al final de cuentas sólo queda el hogar y el respeto ¿no te parece? En serio, ¿estas canas pueden desaparecer?
Pensar que tanta gente vive y piensa aùn asì...
ResponderEliminarSe, mucha. Todos tenemos a alguien así cerquita.
ResponderEliminarAbrazo, Juanita.
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ResponderEliminarEstoy dispuesto a firmar un contrato de unión para toda la vida, y pido a cambio se agregue una única clausula que declare como condición de validez, renovar o revocar la continuidad del contrato por decisión de las partes, cada mañana al despertar.
ResponderEliminarPero eso haría que algunas mañanas uno no renueve, ¿no? ¿Y ahí qué hacemos?
ResponderEliminarNo se lo que hacemos, pero te puedo contar lo que yo trato (no siempre puedo) de hacer, utilizando un pensamiento de Fritz Perls :
ResponderEliminarLa oración gestáltica de Fritz Perls:
Yo soy yo y tú eres tú.
No estoy en el mundo para colmar tus expectativas ni tú estás en el mundo para colmar las mías.
Yo estoy para ser yo mismo y vivir mi vida y tú estás para ser tú mismo/a y vivir tu vida.
Si nos encontramos será hermoso.
Si no nos encontramos no habrá nada que hacer.
Y si, Noelia, habrá que tomar algunas decisiones, y hacerse cargo. De eso se trata.
Muy bueno, Miguel Angel. Gracias por lo que publicaste, está buenísimo, no conocía al autor. Lo voy a investigar.
ResponderEliminarAbrazo grande.